sábado, 25 de abril de 2009

De boca en boca

Observó a todos los peatones con la cara cubierta. Unos con pañuelos, otros con su propia ropa; los más, con cubrebocas azules, como de hospital. Al bajar del camión confirmó sus sospechas, llevaba tres días muerto.

Se había vuelto un cliché, ahora casi imperceptible. No lo miraban en la calle. En su oficina nadie lo escuchaba, parecía como si no existiera. Sus padres no contestaban sus llamadas. Todo comenzó aquel viernes en la barra del bar de Sanborns. Su ritual era muy predecible: unas medias de seda para ella, un parís de noche para él mismo.

Aprovechar la hora feliz, un par de tragos y llevar a la cama a cualquier secre –como él las llamaba- parecía lugar común. Hasta ese jueves de abril, en el que evacuaron hospitales, bares, escuelas y centros comerciales.

Nadie llegó a la acostumbrada barra. Ninguna víctima. Secretarias con sobrepeso, pelo mitad rubio mitado negro, medias corrientes y falda. No se enteraba de las noticias, cuando su paranoia comenzó.

Primero revisó su aroma en las axilas, pensó que lo había perdido. Después pensó en asesinar doncellas y crear un magno perfume, pero le pareció poco original. Fue cuando escuchó la conversación de aquella joven de color sentada en la mesa de al lado: “Soy extraterrestre, estoy esperando que vengan por mi…”

La convicción con que la dama pronunció aquel decreto, conquistó el hemisferio derecho del cerebro de Juan hasta la psicosis. El argumento que decidió usar para su poco éxito al conquistar mujeres en aquella tarde de viernes, fue simple: “Estoy muerto”, aseguró.

1 comentario:

Silencio dijo...

pues puede ser que solamente ellos puedan salir